De ellas la piel, Mario León Rodríguez



Reseña de la novela De ellas la piel del escritor costarricense Mario León Rodríguez.


De ellas la piel
Mario León Rodríguez
110 páginas
Costa Rica: Ediciones Perro Azul, 2008


Recuerdo a Meritxell Serrano, flaca, flaquísima, de enaguas largas y voladas, bajo los ruedos asoman dos pies delgados, liados en sandalias de cuero, suéter flojo de mangas largas y unos ojos inmensos como su carcajada estrepitosa, protegida por sus largos dedos. Recuerdo que leía poemas de un autoerotismo feroz que me desconcertaban porque no parecían venir de la sonriente muchacha que conocíamos apenas hacía poco de la organización de recitales de Octubre Alfil 4, sino de una oscura piedra filosa cuya vocación era el sexo despiadado. En los recitales sus poemas se sentían como una exploración anatómica bajo la piel, contando las cosas que los demás mantenían siempre en secreto. Andaba con Esteban Ureña, un poeta que ya desde esa época escribía personalísimos poemas de un imaginario sorprendente y delicado y terrible y su relación era extraña como la atracción que ejercen entre sí Io y Europa, lunas de Júpiter, signadas no por lo que pasa entre ellas sino por la inmensa gravitación de un oscuro tercer cuerpo, la perversidad que nace en la palabra, la erección de una tenebrosa identidad nueva a través del poema. Meritxell, cuando sonreía, hermosa, daba miedo.

Recuerdo a Meritxell. La recuerdo porque la menciona Mario León en su primera novela, De ellas la piel. La menciona en la dedicatoria cuando le agradece que le prestara sus palabras. Está presente en la armazón general de Marina, flaca de ascendencia catalana, viviendo en Barcelona, poeta, ex-OA4. Presente también en la co-presentación de esta novela, en la cual Meritxell presentó también su último poemario, Memorias del Paladar.

¿Quién era Meritxell? Seguramente no era esa criatura temible que yo imaginaba, tan disímil de como ella se imaginaba a sí misma. Poco sabemos de lo que son los demás, y, a veces, de lo que somos nosotros mismos, y para saber, inventamos. En la novela de León yo leo una versión de Meritxell, más mansa y melancólica que la que habita mi imaginación; pero ahí mismo junto a ella hay otra mujer, Ruth, desenfrenada, salvaje, buscando la redención a través del exceso, la justificación a través del sexo, la identidad en su femenino inventado desde afuera de lo femenino.

Quienes son esas dos mujeres que se cruzan cartas en la novela de Mario León sin nunca responderse; que llevan un diálogo de sordas donde cada una imagina a la otra sin corresponderse realmente. De ellas tenemos tan solo la piel. Solo sus cartas, que son, en el fondo, dos diarios apostróficos donde la otra no es más que la excusa para proyectar el yo y comprenderse mejor.

Es una platitud usualmente ignorada que los personajes de un autor son todos, en el fondo, el autor mismo. No puede ser de otro modo y nos sorprende cuando lo escuchamos, no por imposible, sino por evidente ("la literatura es una piel, cada cual la estrena como quiera" p. 13). En esta novela hay dos modelos de lo que es ser una mujer, escritos ambos por un hombre, en el formato de cartas que son más bien diarios.

Una, Ruth, vive una vida sórdida, gris, amarrada a un trabajo imposiblemente árido, compartiendo casa con una hermana neurótica, anotando en sus cartas listas de autores y libros y cantantes y películas que le usa como derroteros de su identidad, sin entrar nunca en un análisis detallado de los meritos de las obras, sino evocándolas como talismanes, por su nombre. En las cartas de Ruth el sexo se convierte de algún modo en el la manera de habitar su piel de mujer. El sexo casual es usado como un ritual para invocar la nueva identidad sexual de Ruth y ocupa gran parte del cuerpo de la novela. La literatura y el género definen a Ruth como persona de un modo más determinante que cualquier otro factor y en sus definiciones de lo que ella es ambos se conjugan para ser una sola cosa: "Escribo por el éxtasis que me produce. Para seducir tu silencio e invadir tu privacidad; en resumen, un intento de violar en inconciente ajeno."[p.96] "Dice la loca de Ruth que escribir es como masturbarse... por eso le gusta tanto el asunto, ella va como en automático, se siente y se desarma en sus regadas literarias"[p. 70] La metáfora de la literatura como efusión se enlaza con la construcción de una identidad, nueva en este caso, pero no por eso diferente a toda otra construcción de identidad propia que realizamos cada uno como ser humano. La literatura además le permite reconstruirse como Ruth: "Mientras escribo, voy remendando y olvidando. Me coso en la sangre las ganas de vivir" [p. 83] y "Escribir mi vida es inventarme al margen de mi constitución fisiológica, obviar el accidente entre mis piernas (...) mi salomónica auto determinación de cortar en dos mi vida para inventarme la mitad faltante"[p. 113].

Marina, a diferencia de Ruth, no necesita cimentar su identidad femenina en el sexo, ni en la literatura. Marina es mujer, digamos, más fácilmente. Su búsqueda es otra, quizás porque mujer ya es y no necesita reafirmar ese punto. En cambio lo que vemos en Marina es un faltante innombrado, tiene lo que quiere, hace lo que desea, pero algo falta:

"Supongo que estoy haciendo todo lo que no hice en Kent, pero de cierto modo también estoy tratando de acallar las dudas, las interrogantes, la impaciencia. Y ahora qué, y ahora qué dicen las voces. Y ¿ahora qué? Ya estoy en BCN, ya tengo mi habitación, ya tengo mi computadora, ya tengo mi música, ya tengo un par de libros por leer, ya tengo trabajo, ya tengo un nuevo destino que elegir. Y ¿que? ¿Ahora qué? (...) A veces quisiera descubrir una parte oculta de mí que me libere de alguna cadena, pero no se me ocurre cuál sería esa escusa de liberación... no se me ocurre el guión de un cambio radical en mi vida. Esta es la vida que quiero tener, cada pedacito de mi presente es la combinación justa de la vida que siempre soñé, pero me ha costado sentirme bien con la vida que ya tengo." [ps. 63-64]


Verdaderamente el spleen de Marina era innecesario si lo que quería León era retratar el esfuerzo de un hombre por ser una mujer. Pero en el personaje de Marina vislumbramos que tener lo que se desea no necesariamente aleja el dolor, la desesperanza, no nos salva, en fin, de estar vivos.

La batalla está perdida, entonces, y la construcción de una identidad nueva, aún cuando exitosa no nos permite salir de lo que somos a final, no nos libera de "la infancia traumática y desalmada que te descolocó en medio de ninguna parte y crecer sin ton ni son en medio de la nada"[p. 36] ni nos salva de "el cadáver de mi mami y mi papi que constantemente me pudren la mirada y las manos"[p. 105]. La única salida es entonces, a pesar de los poderes liberadores de la literatura, "Asumir mi vida como mi única responsabilidad, enfrentar una cotidianidad cargada de insolentes signos de derrota, ser el esperpento de la maravilla que soñé"[p. 111].

En un balance personalísimo al final de la novela Ruth se pregunta "¿Soy mujer? He querido serlo con obcecación, con empecinamiento del bueno. (...) Detrás no hay nadie. Detrás de la pantalla y el teclado, detrás de mi travestida respiración. Nadie."

Se acaba la novela, los personajes que fuimos vuelven, con el paso de la última página, a la nada, esperando que nuestra memoria los convoque de nuevo, porque ahora son parte de nosotros. Nuestra identidad se contruye a través de la narrativa que componen nuestras memorias y nuestras fantasías. Somos lo que imaginamos y lo que recordamos, y sin esas dos vastas repúblicas no somos nada. En ese sentido la vida y la literatura son una sola cosa.

Planeo terminar este texto con mis reconvenciones a las deficiencias literarias de la novela, pero cuando levanto la vista y trato pensar la frase lo que me muestra mi mente es a Meritxell Serrano caminando bajo los árboles de la Rambla de la vieja Barcelona, su pie envuelto en una sandalia, congelada en el aire a medio paso, rodeada de gente que finge ser estatuas. En la mano lleva una carta que le ha escrito Mario León, en la cara una sonrisa temible.


6 Comments:

Guillermo Barquero said...

Tu lectura de esta novela ha llegado a un nivel que a otros escaparía (me incluyo en ellos); como obra de arte, este trabajo de León es apenas una superficie medio inocua y medio aburrida, con algún fogonazo que tampoco aclara mucho el paisaje.

Anónimo said...

Y a propósito de Meritxell, el día de la presentación de su poemario y de esta novela, William Eduarte enlazó todo lo que señalás al leer el poema de Álex, "Los senos de Meritexell".

Por otro lado, el párrafo final de tu reseña daría para un cuento.

Unknown said...

la pagina de la SEA

Anónimo said...

¿Y las novelas candidatas al Aquileo?

Gustavo Adolfo Chaves said...

Coincido con Asterión: ese último párrafo merece leer todo lo anterior, que en todo caso es también provocador, fascinante...

depeupleur said...

Guillermo, el autor nos comunicaba en un correo que su intención había sido crear una literatura alivianada.

Gustavo y Gustavo Adolfo, yo tambien creo que cerró mejor la reseña que con lo que tenía planeado originalmente. No les extrañe que pronto intente alguna reseña en formato de cuento.

Ya casi vienen las candidatas a los Aquileo, dame un chancecito.