Interpretación de un cuento de Cheever, a modo de ejemplo de lo expuesto en la discusión Muerte y Resurreción del autor, La intención no es lo que cuenta, de Gustavo Solórzano y El anhelo del escritor mediocre, de Ronald Flores.
Tres lecturas de The Country Husband de John Cheever
John Cheever (1912-1982) ganó el premio Pulitzer, cuatro años antes de su muerte, con la publicación de su obra reunida de narrativa corta The stories of John Cheever, la cual había venido publicando desde los 50s en The New Yorker. Las historias de Cheever son, usualmente, de dos tipos: el primero y más común es el retrato de la vida de la postguerra en los suburbios de Estados Unidos, con sus rituales, su obsesión por las apariencias, el status y el concepto de lo que es “normal”; el otro tipo de relato es de corte simbólico o alegórico, similar a la corriente postmoderna que se denomina la fabulación, de la cual un ejemplo cercano serían muchos de los cuentos de Borges, en la que algo en la historia representa una idea. Entre los mejores ejemplos de cada una de las tendencias están The Country Husband, como viñeta social y The Swimmer, como relato fabulado.
La historia de The Swimmer es relativamente sencilla, un hombre va a una fiesta de coctel en el jardín de un vecino, hay muestras de los comportamientos típicos de los suburbios, el protagonista se toma unos tragos y arbitrariamente decide, en medio de la euforia alcohólica, regresar a su casa cortando por los jardines traseros de todos sus vecinos, nadando en cada una de sus piscinas. Durante el viaje de regreso el tiempo se acelera y por interacciones que tiene con los vecinos el protagonista observa como los suburbios, su familia y su vida se deterioran. Cada vez que emerge de una de las piscinas las cosas se han puesto peor. Esta historia, con sus cortes temporales fantásticos y su símbolo central de las piscinas como cápsulas que aíslan al protagonista es una fábula que pide a gritos ser interpretada. Claramente la lectura de este cuento no puede ser literal, el cuento es una fábula, una alegoría, una representación, leerlo literalmente lo reduciría a la pobreza de un simple cuento fantástico.
The Country Husband, por otro lado, es un cuento rigurosamente realista. En él un hombre que vuela de regreso a casa sufre un accidente (aterrizaje forzoso) de avión. Regresa a casa, pero su familia, ocupada con la minucia de su vida suburbana, no tiene tiempo para escuchar su historia. La noche termina con una batalla doméstica entre hijos, la madre llorando en el cuarto y el esposo en el patio fumando, sin haber podido contar su historia. La familia de Francis Weed, el protagonista, es una familia típica del pueblo. Cheever se ocupa de describir a otras familias, a los entrañables ancianos, las mascotas alocadas, los niños idiosincrásicos, la asistencia compulsiva a fiestas de coctel de los adultos. Las tensiones internas en las familias nacen de insignificancias, pero por fuera todo es perfectamente adorable y normal y en el fondo todo está bien. Luego Francis Weed conoce a la nueva niñera que su esposa a contratado, y sin comprender bien cómo, se enamora de ella. El proceso de esta infatuación arbitraria del protagonista está bien manejada por Cheever, cuya descripción del proceso recuerda a La Dama del perrito de Chekhov. Es un amor arbitrario, pero real, y simplemente no es fácil explicar de dónde viene ese amor. El resto de la historia gira en torno al tumulto interno del protagonista que sabe lo que siente, pero que sabe también que lo que siente es prohibido, que expresarlo destruirá todo lo que lo rodea, como comprueba con un par de impulsivos coqueteos con el desastre, en fin, sabe que este tipo de comportamiento no es aceptable en este suburbio dónde ha escogido vivir. Después de una terrible lucha interna, Weed recurre a un siquiatra, que le recomienda una terapia de carpintería, para ocupar su mente en otra cosa. Al final de la historia Cheever se extiende una página describiendo un paisaje de suburbia perfecto, donde todo esta en su sitio, que incluye esta frase:En el sótano de su casa Francis Weed está construyendo una mesita de café. El Dr. Herzog recomienda la carpinteria como terapia, y Francis encuentra consuelo verdadero en la simple aritmética requerida y el aroma sagrado de la madera. Francis es feliz.
La primera lectura del texto, la lectura literal, deja la sensación de que Cheever nos acaba de contar un relato, magistralmente narrado, de los deseos sexuales frívolos de un padre de familia suburbano, que sufre la tentación pero la soporta estoicamente, en un acto que imaginamos emblemático de la vida interna del resto del pueblo. Esta es la lectura literal que se desprende inmediatamente del texto y que es de la que hablábamos como voluntad de significación estricta del autor en el ensayo Muerte y Resurrección del autor. Cheever en este caso no muestra un texto muy detallado, con un significado muy claro. Tan claro quiere dejar Cheever lo que dice que se permite la siguiente frase: “En la quinta avenida, pasando frente al Atlas con sus hombros doblados bajo el peso del mundo, Francis pensó en el esfuerzo que representaba contener sus instintos dentro de los patrones que había escogido.” La exigencia de significación de Cheever en este cuento es clarísima. Quiere que entendamos que esta es la mínima batalla cotidiana de los suburbios, que se gana solo con la renuncia a los deseos que no calzan en el plan general del grupo social.
La segunda lectura: Teniendo claro lo que Cheever dijo en su cuento, pasamos luego a reflexionar, aportando nuestro bagaje como lectores: ¿Es feliz, verdaderamente, Francis Weed? Cheever dice que sí, sin embargo sabemos, porque ya es casi un lugar común de nuestra cultura, que las restricciones exageradas que imponía la clase media suburbana norteamericana de los 50 a sus miembros eran una ritualización de un orden para el mejor ejercicio del poder sobre la población, un orden no muy lejano de las ideas de orden que tenía el fascismo. De esas estructuras culturales nacen el Macartismo, la CIA, J. Edgar Hoover y la Guerra Fría. Cheever fue, durante su vida, considerado un crítico duro de la hipocresía de la clase media que se escondía en sus rituales para no sentir, para no vivir. Algo que ahora se le reconoce también, por ejemplo, a Richard Yates, autor de Revolutionary Road. Como lectores actuales de Cheever, vivimos en una época posterior que nos da la ventaja de la retrospectiva sobre una época cuyos códigos, que antes a los Beats les parecían insoportables, a nosotros ahora nos resultan simplemente ridículos. Pasamos entonces a la apropiación del texto por parte del lector. Cheever, en The Country Husband, tenía que estar siendo sarcástico. El cuento, en la relectura desde principio del siglo XXI se baña de una ironía inevitable, porque ahora nos parece que alguien que se enamora de la niñera a primera vista y eso le causa una gran crisis tiene que ser necesariamente una persona tristemente superficial que no puede ser feliz, sea que resista o caiga en la tentación que lo mortifica. La felicidad es imposible, porque la vida se vive en la superficie, y el cuadro que nos pinta Cheever, en una luz parecida a los cuadros de la America perfecta de Edward Hopper, es una denuncia de ese orden falso y sofocante. Una exposición exageradamente optimista y laudatoria de un sistema que es claramente opresivo y que debería ser abolido. Una historia casi idéntica a The Country Husband, pero que enarbola esta postura contemporánea de denuncia de lo inaceptable de esta represión doméstica del individuo sería American Beauty de Sam Méndez.
La tercera lectura: Publican en Harper´s magazine, este mes, una reseña de la biografía de Cheever escrita por Blake Bailey, titulada Cheever: A Life. En ella se reitera lo que a través de los diarios publicados de Cheever, el libro de su hija y múltiples testimonios postmortem ya se sabía. Cito el artículo de Dee en Harper´s: “Cheever era un alcohólico, narcisista, homosexual de closet, con un problema crónico de impotencia y una visión conservadora del papel doméstico de la mujer.” El resumen de Dee puede parecer poco caritativo, pero esta basado en evidencia. Cheever, que fue homosexual toda su vida, trato de vivir la vida “perfecta” de los suburbios americanos con terribles resultados. Los daños en que incurrió Cheever en contra de sus seres cercanos y contra sí mismo, en su intento por “ser normal” fueron enormes. Cheever se reprochaba constantemente su inclinación sexual, que le parecía una anormalidad cuando la media contra la vara de Suburbia, lo que desembocó en su alcoholismo y matrimonios con hijos que quizá nunca debieron ser. Quería desesperadamente ser normal, quería ser como todos los demás, quería ser parte de esos frescos de la America perfecta que pintaba en sus cuentos. Su homosexualidad y su repudio a la homosexualidad, simultáneos, no cambian el significado del relato, no convierten a la niñera en un amor furtivo por un muchacho, no permiten un revisionismo caprichoso de la intención expresa del autor que está contenida ya y para siempre en las palabras que forman el cuento The Country Husband. El significado del relato es el estrictamente literal, como en la primera lectura, que se hubiese tergiversado de haber sido interpretada sólo a través del tamiz de nosotros como lectores, sin tomar en cuenta otros datos. Lo que permiten estos nuevos datos es una mejor lectura, una comprensión, una vista completa del relato en el marco de quién era su autor, sumando a lo que nosotros le aportamos como lectores. The Country Husband gana de pronto enormemente en profundidad, en pathos. Ya no es solo una historia frívola de pecadillos no realizados de un hombre superficial. Es el sueño eternamente frustrado de alguien que se sentía un monstruo secreto que será descubierto en cualquier momento, es la batalla de todo una vida que lleva a la destrucción total. Ese “contener sus instintos dentro de los patrones que había escogido” no es ya un asunto que se consuela con un poco de carpintería, porque sabemos como termina la historia, termina con la destrucción de la familia de Cheever y el final de The Country Husband se vuelve una fantasía, un sueño irrealizable, el sueño irrealizable de todo una clase de hombres y mujeres que como Cheever deseaban ser algo que no podían ser.
David Foster Wallace en su reseña de la biografía multitomo de Dostoyevsky de Joseph Frank mencionaba cómo Frank, que por una cuestión de fechas era de esperar que se hubiera educado cuando estudiante de la escuela del New Criticism, alegremente fingía que la Falacia Intencional no existía, cuando corregía anteriores interpretes de Dostoyevsky a la luz de los nuevos datos que él tenía para su biografía. No los corregía porque sus interpretaciones estuviesen mal, los corregía porque sabía que ellos no habían tenido sus ventajas, que no tenían todos los datos necesarios a sus disposición para interpretar, completamente, a Dostoyevsky. Esa puede ser una buena justificación para la existencia de las biografías literarias, pero lo cierto es que entre más sabemos del contexto, del autor y de nosotros mismos, mejores lecturas podemos hacer de los textos que enfrentamos. La reducción de la crítica literaria al discurso es una limitación autoimpuesta de algunas disciplinas académicas que buscan en la definición del objeto de estudio una validación parecida a la que reciben las ciencias. Nosotros, que somos escritores y no académicos, no tenemos esas cadenas. Nuestra labor es interpretar el mundo.
Tres lecturas de The Country Husband de John Cheever
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7 Comments:
Juan, los tres niveles de lectura, o las tres lecturas que has hecho, son completamente válidos, porque lo que has puesto en juego son diferentes textos y sus relaciones. Nada diferente he dicho yo. La biografía de un autor no es su intención. La biografía de un autor es un texto. Igual que textos son los contextos y nosotros mismos. Y como herramienta metodológica, uno no dice "según el autor en su biografía", más bien, "si relacionamos el texto con los datos de esta versión de su biografía, obtenemos esto...". Es un asunto de prudencia epistemológica, aunque también estoy de acuerdo en que esas barreras epistemológicas deben expandirse al limite, llevarse hasta sus últimas consecuencias, y si es necesario, romperlas.
Luego, cuando he usado el concepto "discurso", es como sinónimo de texto, como tejido de elementos suceptible de ser intepretado, y en ese sentido, el autor, el contexto, y nosotros, como he dicho, somos marcas en ese fluir y concatenación de significados.
Vos sabés muy bien, que a pesar de mi formación en la academia, nunca he estado de acuerdo con casi nada de lo que sale de ella, y siempre tuve conflictos precisamente por buscar vías más creativas para enfrentarse a los textos. Jamás he sido partidario de esa necesidad de que la literatura o el arte obtengan un estatuto similar al de las ciencias sociales o exactas. Eso fue un deseo de los formalistas, hace un siglo.
Por eso, como decía en uno de los comentarios de mi post, me gusta tanto Octavio Paz y sus argumentaciones líricas. Y por eso, no puedo hacer otra cosa que suscribir tu frase final: nuestra labor es interpretar el mundo. Sin embargo, no veo cómo eso contradice la supresión de la autoridad por el privilegio del lenguaje a la hora de intepretar.
Pensemos en Harold Bloom, quien ha luchado contra todas las ecuelas francesas, y que puede ser entretendio de leer, pero cuyo trabajo termina por acercarse meramente al de los críticos impresionistas que dan sus opiniones, y no aporta casi nada a los textos que discute. Y él mete las biografías y los contextos. Pienso en "¿Dónde se encuentra la sabiduría?"
Considero que nuestra labor debe ir más allá, sí, como escritores, más allá de la academia y de las teorías literarias que hasta hoy hemos conocido. De hecho, apuesto que nada de esto se está discutiendo ahora mismo en las aulas de letras de la UCR o de la UNA, donde Bajtín sigue siendo el non plus ultra de la teoría y la crítica. Imaginate.
Saludos.
Subrayo algo importante que dice Juan, poder distinguir -al interpretar una obra- si se puede percibir como simple ficción o si puede exprimirse con una visión global incluyendo aspectos que pueden potenciar las posibilidades de la misma con aspectos biográficos, detalles históricos o determinantes de una época. No hubiese entendido algo de la poesía de Góngora si no hubiesen existido análisis sagaces, receptivos que me ayudaron a tratar de deducir, no la totalidad, pero algo de lo que sintió el autor. Es defendible acercarse a la obra de una forma tan detestivezca que aún uno pueda descubrir, lo que el subconsciente del autor no tuvo intensión de confesar. Para mí la obra literaria es una gran mezcla hecha de la experiencia vital del autor, su imaginación, su sociedad, su momento histórico y por supuesto su ingenio. Por tanto no puedo renunciar a gran parte del comentario. Las relaciones personales con otros escritores, los acontecimientos históricos del momento etc. Lo ideal en todo caso seria un análisis que busque un equilibrio entre lo personal (biografía, genialidad......) y el momento histórico-político del autor en su texto, sin caer en los ojos del crítico impresionista.
Y me encanta la idea de Gustavo de brincarse las teorías y academias y seguir buscando la forma más creativa y sustancial; para eso son estos espacios de argumentación que afrentan, enriquecen y proponen nuevos retos para la interpretación de una obra. Hay que seguir buscando…
Gustavo, bueno, en el entendido de que todo el entramado visible del universo puede ser aprehendido y convertido en discurso o texto (como en una especie de panteísmo borgesiano) creo que estamos en terreno común. No encuentro queja mientras no se obvie ningún elemento que resulte útil y este disponible para el análisis (testimonios verbales, lapsus del autor -que podrían incluir intentos por influir la interpretación del texto, biografías publicadas, etc.), creo que en eso estamos de acuerdo.
Cuando hablaba de la academia no me refería a vos, por supuesto. Nosotros somos escritores (con part-time en internet, para colmo de males), y por eso decía que somos quizá más libres de llevar a cabo una labor sin limitaciones como las que se viven en la academia.
En cuanto a la supresión de la autoridad, bueno, a eso viene todo lo que he dicho. El autor no es un iterlocutor casual en el texto. Creo que lo explique suficiente antes. Fingir que no hay intención autorial nos lleva a la relativización del discurso. La intención autorial inicial, cuando es comunicar, es lo que el texto dice, y no la podemos obviar, tiene un puesto privilegiado en la interpretación del texto con gesto comunicativo.
No he leído el texto de Bloom, de modo que te debo el comentario.
"Lo ideal en todo caso seria un análisis que busque un equilibrio" - yo creo esto tambien. Creo que, a pesar de lo rico que puede ser la interpretación creativa, hay un rango de justificabilidad de la interpretación fuera del cual ya estamos hablando paja y no sobre el texto. La creatividad en la interpretación se aplica a los medios interpretativos, pero cuando se aplica a los resultados, terminamos con las lecturas que ha hecho por ejemplo, el nazismo o el socialismo de ciertas obras como las de Nietzche, Hamsun o Gogol, osea tergiversaciones.
Estaba buscando el artículo donde Culler habla sobre las interpretaciones extremas, para que pudiéramos compartirlo, y me encontré un sitio con un texto que empieza con la siguiente cita de Sábato:
"Libro: ‘Botella al mar’, se ha dicho. Pero con un mensaje equívoco, que puede ser interpretado de tantas maneras que difícilmente el náufrago sea localizado".
Aquí está el comentario del director de "Espéculo" sobre Umberto Eco:
http://www.ucm.es/info/especulo/numero1/eco.htm
Y aquí el texto de la cita de Sábato:
http://perio.unlp.edu.ar/question/numeros_anteriores/numero_anterior13/nivel2/articulos/ensayos/vila_1_ensayos_13verano06.htm
No los pongo como prueba de nada, porque no lo son. Solamente porque tocan los temas que hemos estado comentando, y creo que resulta interesante seguir estableciendo relaciones.
Saludos.
El texto de Bloom que mencionaba no tiene mayor novedad, creo yo, pero es de lectura amena porque habla de cosas que conocemos, y resulta refrescante su empeño en hacernos recordar a los clásicos, como textos poderosos que irradian energía a lo largo del tiempo.
En una época cínica como la nuestra, que solo atiende a lo inmediato, sí es necesario recurrir a los clásicos, y creo que ahí radica el aporte de Bloom.
El resumen de las coferencias Tanner de Espéculo está realmente bueno. Voy a buscarme los libros de Eco y Sontag y luego seguimos.
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