La posibilidad de un desierto



Sobre la declaración de desiertos de las ramas de cuento y novela de los premios nacionales del 2009, publicado originalmente en RedCultura La posibilidad de un desierto


La posibilidad de un desierto

por Juan Murillo


Una bofetada. Un salivazo en la cara.  Un insulto.  Eso es la declaración de desierto en las categorías de cuento y novela en los premios nacionales, un insulto.   Los jurados, este año, por lo visto, piensan que ninguna de las obras presentadas merece ser honradas con el premio.  Ninguna de las 41 obras presentadas merece el premio.  Eso sin contar el hecho de que el año pasado se desecharon otras 33 al declarar desierta la categoría de cuento del 2008.  Ninguna de las obras de cuento publicadas en los últimos dos años merece el premio.  Ninguna de las novelas de este año. ¿Qué esperan los jurados que se interprete de semejante gesto?  ¿De una decisión que atenta directamente contra el espíritu con el que fueron creados los premios?

La Ley de Premios (Ley 7345) impone la obligación a los jurados de otorgar el premio a la mejor obra dada a conocer al público durante el año anterior.   Claramente con "mejor" la ley se refiere a una comparación entre las obras participantes de ese año.  De modo que la obligación de los jurados es comprar las obras de ese año y escoger la mejor.

La ley también faculta a los jurados a declarar los premios desiertos, sin aclarar cuando deberá aplicarse esa excepción a su propósito central.  Pero la facultad de declarar un premio desierto siempre deberá tener, por la naturaleza misma de la ley (la creación de premios de cultura), un carácter excepcional.  Sólo hay un motivo por el que se puede aplicar esta excepción:  que criterios técnicos impidan el otorgamiento (no hay obras presentadas, o publicadas, en ese género, o todas las presentadas quedan descalificadas por cuestiones técnicas).  En ese caso la declaratoria de desierto actúa como una salvaguarda de que las obligaciones de los jurados no se vuelvan imposibles de ejecutar.

Los jurados no pueden interpretar la ley a su antojo.  El otorgamiento de una facultad no los autoriza a aplicarla fuera del marco general de esa misma ley.  Los jurados no pueden, por ejemplo, decidir que la comparación de obras en un año dado no será entre las participantes mismas, sino contra algún canon abstracto de su personal escogencia.  Tampoco pueden optar por criterios extraliterarios que no apliquen directamente a la obra para tomar su decisión.  Si a concurso se presentan dos obras, el deber de los jurados se reduce a evaluarlas y decidir cual es "mejor".   Dicho de otro modo, la facultad de declarar desierta una categoría no puede basarse en un criterio de que las participantes no tienen calidad suficiente, puesto que no se está escogiendo la "óptima" (superlativo) sino la "mejor" (comparativo).  De modo que con sólo estar presentadas, alguna de todas las obras determina el máximo de calidad relativo a ese grupo (la "mejor").

Más allá de la mala interpretación de la ley está la incomprensión del propósito de los premios.  En Costa Rica existen, en literatura, pocas instancias de reconocimiento a la labor literaria.  Este premio es una de ellas.  Se sabe que de la literatura no se puede vivir, y que la mayoría de las veces los costos exceden los beneficios que produce la labor literaria.  Se sabe que, en general, la gente prefiere comprar el superventas de moda que leer literatura escrita por costarricenses.  Se sabe que en la elaboración de una obra literaria se invierten incontables horas de esfuerzo y pasión.  Se sabe que sin una literatura propia nuestro medio cultural sería infinitamente más pobre.   Se sabe que la labor del Ministerio es otorgar el premio y que la de los premios es incentivar la labor literaria.  Se sabe que la declaratoria de desierto causa tanto daño a las obras presentadas como al premio en sí mismo. Todo esto es de conocimiento común, y aún así, a contrapelo de sus obligaciones, haciendo gala de un descuido de deberes y una falta de sensibilidad descomunales, los jurados deciden, de un plumazo, desechar todas las obras concursantes en dos categorías y desperdiciar, sí, desperdiciar dos premio este año.

La ley declara las decisiones de los jurados inapelables, pero eso no los autoriza a la arbitrariedad, ni los exime de dar explicaciones.  Ante semejante gesto de desprecio la comunidad literaria de Costa Rica no puede menos que exigirle a los jurados una explicación exhaustiva de su modo de actuar. El daño ya está hecho, ahora que se expliquen.  Que digan si la intención era insultarnos a todos, si lo que buscan es la desertificación de la literatura costarricense; o si este acto inédito tiene alguna otra posible justificación.