Una ciudad de iglesias, Donald Barthelme (traducción)



Traducción al español de Una ciudad de Iglesias de Donald Barthelme.


Escencialmente cuentísta, Don B pertenece irónicamente a la generación de los maximalistas posmodernos orignales de Estados Unidos entre los que están Pynchon, Gaddis, Coover, Barth, Gass, etc, todos famosos por sus novelas mamut. Los cuentos de Barthelme son usualmente experimentales o fantásticos en el sentido cortazariano, y pintan una realidad exagerada y divertida que se desdobla para mostrar el forro inquietante y a veces maligno. Tiene varios cuentos que son casi perfectos (Me and Ms. Mandible, The Balloon, I bought a little city, A city of churches, etc.), este es uno de ellos.  Los mejores están recopilados en Sixty Stories.


Una ciudad de iglesias
Donald Barthelme

“Si,” dijo el Sr. Phllips, “nuestra ciudad sí que es una ciudad de iglesias.”
Cecilia asintió, mirando lo que señalaba. Ambos lados de la calle estaban solidamente cubiertos de iglesias, hombro con hombro en una variedad de estilos arquitectónicos. La Bautista de Betel estaba junto a la Bautista Libre del Sagrado Mesías, la Episcopal de San Pablo junto a la Alianza Evangélica de la Gracia. Después venían la Primera Científica Cristiana, la Iglesia de Dios, Todas las Almas, Nuestra Señora de la Victoria, la Sociedad de Amigos, la Asamblea de Dios y la Iglesia de los Santos Apóstoles. Los capiteles y torres de los edificios tradicionales se apretujaban junto a los amplios imaginativos vuelos de los diseños “contemporáneos”.
“A todo el mundo aquí le interesan mucho los asuntos de la Iglesia,” dijo el Sr. Phillips.
¿Podré calzar aquí? se preguntó Cecilia. Había venido a Prester a abrir una oficina regional de un negocio de alquiler de carros.
“No soy particularmente religiosa,” le dijo al Sr. Phillips, que trabajaba en bienes raíces.
“Ahora no.” le respondió él. “Aún no. Pero tenemos muchos jóvenes buenos aquí. Se integrará a la comunidad más pronto de lo que cree. El problema más inmediato es, ¿adónde va a vivir? La mayoría, “ dijo, “vive en la iglesia de su elección. Todas nuestras iglesias tiene muchos cuartos adicionales. Tengo algunos apartamentos de campanario que le puedo mostrar. ¿Qué rango de precios estaba considerando?”
Doblaron una esquina y se toparon con más iglesias. Pasaron San Lucas, la Iglesia de la Epifanía, la Ortodoxa Ucraniana de Todos los Santos, San Clemente, la Fuente Bautista, la Unión Congregacional, San Anargyri, el Templo de Emanuel, la Primer Iglesia de Cristo Reformado. Las bocas de todas las iglesias yacían abiertas. Adentro tenuemente se distinguían luces.
“Puedo llegar hasta ciento diez,” dijo Cecilia. “Hay algún edificio que no sea una iglesia?”
“Ninguno,” dijo el Sr. Phillips. “Claro, muchas de nuestras bellas estructuras de iglesias sirven en doble propósito como algo más.” Le señaló una bella fachada Georgiana. “Esa,” dijo, “hospeda a la Metodista Unida y a la Junta de Educación. La siguiente junto a ella, que es la Pentecostal de Antioquia, tiene la barbería.”
Era verdad. Un poste de barbero, de franjas azules y rojas, estaba adosado inconspicuamente al frente de la Pentecostal Antioquia.
“¿Hay mucha gente aquí que alquile carros?” preguntó Cecilia, “o ¿usted cree que alquilarían si hubiera un lugar en dónde hacerlo?”
“No sé,” dijo el Sr. Phillips. “Alquilar un auto implica querer ir a alguna parte. La mayoría de la gente está bastante contenta aquí. Tenemos muchas actividades. Yo no escogería un negocio de alquiler de autos si estuviera empezando en Prester. Pero todo saldrá bien.” Le mostró un edificio pequeño y extremadamente moderno con una fachada de ladrillo, acero y vidrio. “Ese es San Barnabás. Linda gente. Maravillosas cenas de spaghetti.”
Cecilia podía ver algunas cabezas atisbando desde las ventanas. Pero cuando notaron que los miraba desaparecieron.
“¿A usted le parece sano que haya tantas iglesias aglomeradas en un sólo lugar?” le preguntó a su guía. “Parece algo... desbalanceado, no le parece.”
“Somos famosos por nuestras iglesias,” dijo el Sr. Phillips. “Son inofensivas. Ya llegamos.”

Abrió la puerta y empezaron a subir muchos vuelos de escaleras polvorientas. Al final de la escalada entraron en un cuarto de buen tamaño, cuadrado, con ventanas en los cuatro lados. Había una cama, una mesa, dos sillas, lámparas, una alfombra. Cuatro inmensas campanas colgaban en centro exacto del cuarto.
“¡Qué vista!” exclamó el Sr. Phillips. “Venga, asómese.”
“¿Alguna vez suenan estas campanas?” preguntó Cecilia.
“Tres veces al día,” dijo el Sr. Phillips, sonriendo. “Por la mañana, al mediodía y por la noche. Por supuesto, cuando suenan hay que quitarse de en medio a toda prisa. Si una de estas bellezas le da por la cabeza hasta ahí llegó el cuento.”
“¡Santo Dios!” exclamó Cecilia involuntariamente. Luego dijo, “Nadie vive en estos apartamentos de campanario, por eso están desocupados.”
“¿Será?” dijo el Sr. Phillips.
“Sólo se los pueden alquilar a los recién llegados al pueblo,” dijo ella en tono de acusación.
“Yo no haría eso,” dijo Mr. Phillips, “Iría en contra de espíritu de solidaridad cristiana.”
“Este pueblo es medio raro, ¿sabe?”
“Puede ser, pero eso no lo toca a usted decidirlo, ¿cierto? Después de todo usted es nueva aquí. Debería andar con cautela por un tiempo. Si no quiere un apartamento alto también tengo un sótano en la Central Presbiteriana. Tendría que compartir. Ya hay dos mujeres ahí.
“No quiero compartir,” dijo Cecilia. “Quiero mi propio lugar.”
“¿Por qué?” preguntó el hombre de las bienes raíces con curiosidad. “¿Para qué propósito?”
“¿Propósito?” preguntó Cecilia. “No tengo ningún propósito en particular, sólo quiero-“
“Eso no es lo que se acostumbra aquí. La mayoría de gente vive con otras personas, compañeros de cuarto. Ese es el patrón usual”
“Aún así, prefiero mi propio sitio.”
“Eso es muy inusual.”
“¿Tiene lugares así? ¿Aparte de los campanarios, quiero decir?”
“Creo que hay algunos,” dijo el Sr. Phillips con obvia reserva. “Supongo que puedo enseñarle uno o dos.”
Hizo una pausa.
“Es sólo que tenemos valores diferentes, tal vez, a algunas de las comunidades circundantes,” explicó. “Nos han elogiado mucho. Tuvimos cuatro minutos en las Noticias de la Noche de CBS una vez. Hace tres o cuatro años. Una Ciudad de Iglesias, se llamaba.”
“Sí, mi propio lugar es indispensable,” dijo Cecilia, “si voy a sobrevivir aquí.”
“Esa es una actitud algo extraña,” dijo el Sr. Phillips, “¿De qué denominación es usted?”
Cecilia permaneció en silencio. La verdad era que no era de ninguna.
“Dije, ¿A qué denominación pertenece usted?” repitió el Sr. Phillips.
“Puedo controlar mis sueños,” dijo Cecilia. “Puedo soñar lo que yo desee. Si quiero soñar que estoy pasándola bien, en Paris o cualquier otra ciudad, todo lo que tengo que hacer es dormir y soñaré ese sueño. Puedo soñar lo que yo quiera.”
“¿Y qué es lo que sueña, usualmente?” dijo el Sr. Phillips mirándola con detenimiento.
“Cosas sexuales en su mayoría,” dijo ella. No le tenía miedo.
“Prester no es ese tipo de pueblo,” dijo el Sr. Phillips, mirando hacia otra parte.
Bajaron las escaleras.

A ambos lados de la calle las puertas de las iglesias se estaban abriendo. Pequeños grupos de gente salían y se quedaban parados frente a las iglesias, mirando a Cecilia y al Sr. Phillips.
Un hombre joven dió un paso al frente y gritó, “¡En este pueblo cada quien tiene su carro! ¡No hay nadie en este pueblo que no tenga su propio carro!”
“¿Es cierto eso?” le preguntó Cecilia al Sr. Phillips.
“Si,” dijo él. “Es verdad, aquí nadie alquilaría un carro ni en un millón de años”
“Entonces no me quedaré,” dijo ella. “Me iré a otra parte.”
“Pero tiene que quedarse,” le dijo él. “Ya hay una oficina de alquiler de autos para usted. En la Bautista del Monte Moria, en el lobby. Hay un mostrador y un teléfono y un tablero con llaves. Y un calendario.”
“No me quedaré,” dijo ella. “No sin que haya una buena razón de negocios para hacerlo.”
“Pero la necesitamos,” dijo el Sr. Phillips. “Necesitamos que se pare detrás del mostrador de la agencia de alquiler de autos, durante las horas de oficina. Eso completaría al pueblo.”
“No me quedo,” dijo ella. “Yo no.”
“Pero tiene que quedarse. Es esencial.”
“Soñaré,” dijo ella. “Cosas que no les gustarán.”
“Estamos descontentos,” dijo Mr. Phillips. “Terrible, terriblemente descontentos. Algo está mal.”
“Soñaré el Secreto,” dijo ella. “Se arrepentirán.”
“Somos como los otros pueblos, excepto que nosotros somos perfectos,” dijo él. “Nuestro descontento sólo puede contenerse por medio de la perfección. Necesitamos una chica de alquiler de autos. Alguien debe pararse detrás de ese mostrador.”
“Soñaré la vida que más temen,” amenazó Cecilia.
“Usted es nuestra,” dijo él, tomándola por el brazo. “Nuestra chica de alquiler de autos. Compórtese. No hay nada que pueda hacer.”
“Ya veremos,” dijo Cecilia.


7 Comments:

Luis Chaves said...

me gustó. no había leído nada del autor.

comparto lo que dice el comentario de arriba.

Luissiana Naranjo said...

Me gusta la movilidad de los diálogos y por supuesto, es un autor nuevo para mí.
Me encantan las biografías(leí el enlace); su historia es interesante, jocoso que por un tiempo, él tocaba en la batería de la banda de rock psicodélico Red Krayola, qué nombre!!!

depeupleur said...

Qué bueno que les gustó porque a mí me parece fabuloso. Eso me da una buena excusa para traducir otro de sus cuentos.

FRANK RUFFINO said...

Esa ciudad pletórica de iglesias de ser real (que las hay) sería para mí el mismísimo Averno. Estaría muy incómodo: mi piel se llenaría de salpullidos purulentos y empezaría a pegar gritos y a correr con un loco para salir de ella. Con buena gana (siguiendo la ficción del cuento) le prendería fuego a esa urbe de beatos diabólicos.

Gracias Juan por traernos a este autor, para mí desconocido, y este cuento que por lo menos me enfrenta a mis fobias de ateo y salgo airoso tras su lectura.

Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,

Frank.

P.D. En mi antipoma Ángel Club te nombro junto a Luissiana. Incluiré a Chaves también. A eso voy.

Trece Rosas said...

Me evoca mi paseo por Arcos de la Frontera (en Cádiz), donde Conventos, Iglesias y Palacios configuran su anatomía urbana. Probablemente no sea la ciudad con más iglesias…,
Tiene el embrujo de la decadencia de su belleza extrema. Pero lo cierto es que tienes una sensación extraña, parecida a la que te provoca Buñuel en su historia El Angel Exterminador y que en tu historia se nos manifiesta con un toque de ironía.
¿He dicho que me gusta tu blog?

Warren/Literófilo said...

Lo leí, está tuanis, muy tuanis.

Justo Poe, seudónimo del poeta Frank Ruffino said...

Muy interesante su blog. Se nota abordas con propiedad la crítica literaria. De paso lo invito a mi primer blog, de curiosidades poéticas a ver que te parecen las fotos de algunos poetas en pelotas. Un abrazo.