Este es el prólogo orignal que llevaba la antología de nuevo cuento costarricense, Historias de nunca acabar (ECR 2009) y que por cuestiones editoriales hubo que modificar. En esta versión se explica claramente que la intención era que nuestra antología fuera continuación de la que hicieran Rodrigo Soto, Carlo Cortés y Vernor Muñoz a finales de los 80.
Prólogo a Historias de nunca acabar
Guillermo Barquero y Juan Murillo
Todos los productos que genera el ser humano se basan en el uso de materias primas, de masas en bruto que se hallan en la naturaleza y son dinamitadas, explotadas, modificadas y cinceladas hasta alcanzar una forma acabada en la que se adivina la mano humana. La materia prima de la literatura es la realidad; el cincel, el idioma y todo lo que éste incluye. Por lo tanto, no hay nada más natural que hacer historias, nada más conveniente y sencillo, prefiérase la oralidad en estos relatos o la palabra escrita. No se necesitan pinceles ni gubias ni artilugios de acero complejos y costosísimos: solo hace falta el deseo de narrar y, a lo sumo, un lapicero y una servilleta. Lo del talento y el trabajo son otras historias de nunca acabar.
Debe de ser por todo lo anterior que siempre se han escrito narraciones –el formato, la presentación de ellas es lo que menos importa, puede ser una hoja de una libreta amarilla por los años, una edición de lujo de una historia impresa en papel fino, o la pantalla de plasma de un computador-, se escriben todos los días y se seguirán escribiendo por los que nos reste como raza que busca eternizar y a veces modificar la realidad cotidiana. La escritura de ficción es, por lo tanto, una historia de nunca acabar, un cuento que se repite y se repite sin tregua porque no hay ser más testarudo que el humano, no hay otro que no aprenda de sus errores como nosotros y que no se conforme con su entorno como no nos conformamos nosotros. Mientras haya realidad y quien esté dispuesto a escribirla, habrá historias contadas.
Y no solo basta con la escritura de las historias, sino que está presente, lo ha estado, y estará la afición tan humana a la agrupación, la clasificación, la taxonomía a la manera de un Linneo que pareció entender a cabalidad que no solo basta tener las cosas puestas en la naturaleza (o los productos de esas materias primas), sino que hacía falta ponerles etiqueta y, una vez inventado el término que se ajustase a sus características, empaquetarlas en grupos que las agrupasen por afinidades, semejanzas o cualesquiera otras características no exentas de arbitrariedad. En la literatura, la agrupación es más que un asunto usado para el estudio y el hallazgo de convergencias y divergencias; es también un asunto de compañía, de juntar los cuerpos para no morir de frío en el mundo hostil de afuera. No solo se juntan las obras completas de un autor en la historia de nunca acabar del trabajo académico, sino que se toman también los trabajos de varios escritores y, con criterios históricos, artísticos, estéticos o todos los que se ideen, sus trabajos se juntan. Esta unión de islas, esta fusión de pequeños productos es también una historia de nunca acabar, una historia que agrupa a las historias de nunca acabar que son las narraciones. Tumultuoso el asunto, sin embargo practicable para dos géneros que tienen en común lo corto de sus formas: la poesía y el cuento (a la dramaturgia se le puede aplicar también, pero esa historia se la dejamos a otros). Los productos escritos con este aliento corto pero intenso se prestan para la agrupación y la búsqueda de semejanzas y diferencias, ambos pueden dar una idea de lo que se produce o se ha producido en una época; en el instante, divisible en el tiempo, del nacimiento de alguna escuela estética; o en el afán del antólogo por buscar sus pares que lo acompañan en el desarrollo de las literaturas nacionales.
Nosotros, para seguir la historia de nunca acabar de escribir y leer y etiquetar y agrupar, nos dimos a la tarea de intentar hacer una aproximación a lo que se escribe en narrativa corta en la Costa Rica contemporánea, que al fin y al cabo es la obra que irá marcando el desarrollo de la prosa en nuestro país, en los años por venir.
Carlos Cortés, Rodrigo Soto y Vernor Muñoz, en 1989, se embarcaron en algo muy similar, precediéndonos y casi obligándonos a tomar nosotros el pedacito de madera de la carrera de relevos; en aquel entonces, ellos incluyeron en Para no cansarlos con el cuento, su antología generacional, al grupo de escritores que han marcado el rumbo de la prosa nacional en estas dos últimas décadas, fructíferas en producción, talento, trabajo y calidad. Anacristina Rossi, Rafael Ángel Herra, Hugo Rivas, Klaus Steinmetz, Dorelia Barahona y los mismos antólogos, a la par de otros autores harto conocidos en estos momentos.
Para hacer un trabajo de selección, algún criterio hay que tener. Cortés definió el de ellos en el prólogo de su obra. El nuestro fue muy claro desde el principio, justo desde el momento en que nos sentamos e ideamos toda esta historia de nunca acabar. Puede ser que ambos se parezcan, pero, si se miran fríamente las cosas, cualquier antólogo que se proponga estudiar lo que se produce en una generación, y que quiera hacer un trabajo rescatable, deberá por lo menos buscar dos cosas: un rango de edad y una calidad apreciable. Ellos trabajaron bajo esas premisas, al igual que nosotros. La diferencia es que, unido a estos dos requisitos ineludibles, pensamos de inmediato en una tercera característica que debían tener todos aquellos a quienes fuéramos considerando: debían ser autores con al menos una obra de narrativa publicada.
La definición de una persona a partir de su edad se puede prestar a equívocos o silencios incómodos. Uno no sabe si etiquetar a alguien de “viejo” o “joven” por su edad nominal, por los dos numeritos de una cifra que no mide madurez ni trabajo ni obra desarrollada en su soledad creativa. Pero hicimos el corte, procurando ser justos con todos aquellos autores contemporáneos ya editados, que pertenecen a un grupo sólido que ha visto publicadas sus obras en estos últimos años. Debían ser narradores nacidos después de 1969 y hasta 1989, es decir, sus edades tenían que estar entre los 20 y 40 años. Leyendo la obra editada –y la inédita que muy amablemente nos hicieron llegar muchos de los autores-, no se nota eso de “joven” o “viejo”, solo se aprecia el segundo y necesario requisito, el de la calidad. La obra de autores nacidos, educados y publicados en condiciones tan distintas tiene que ser variopinta y heterogénea, pero, al juntarla y verla naturalmente formar un bloque generacional, nos confirmó que estos dos primeros requisitos eran acertados. A pesar de que hubiera autores nacidos a mediados o inicios de la década de los 80 del siglo pasado junto a sus colegas venidos al mundo a inicios de la década de los 70, lo que en principio pudiera parecer una diferencia de edad grande, apreciamos el hilo invisible que une a todos prosistas leídos y evaluados: el deseo incontenible de contar historias, de reflejar o modificar la realidad a su antojo, de no contentarse con lo que el mundo –aburrido algunas veces; insoportable otras; arrobador muchas- les cuenta a ellos en su realidad cotidiana. En eso la edad tiene poco que ver.
Tan cierto como que una golondrina no hace la primavera, un libro publicado no forma una obra literaria. Pero, para nosotros, establecer la publicación de una obra de narrativa al menos, se volvió algo indispensable. Al buscar autores que hubiesen pasado por ese arduo y muchas veces difícil proceso, nos estábamos asegurando de que los escritores ya hubieran tenido la voluntad de sacar sus escritos de la gaveta y los hubieran sometido al criterio de otros, para terminar compartiéndolos con el lector más exigente: el anónimo, el que nunca conocemos los que hemos publicado, y quien al final decide la suerte de nuestros libros.
Claro está, tiene que haber grandes escritores inéditos, genios que no tienen interés o no han sabido como publicar sus obras o que no ven en esos textos pasados por el tamiz de una editorial un proceso necesario para considerarse escritores con todas las de la ley. Esos casos, por permanecer invisibles a nosotros, evidentemente no fueron considerados. Sabemos que también está la situación de quienes solamente han sido editados en publicaciones periódicas (suplementos culturales y revistas literarias), y que nos podría brindar trabajos de calidad para la antología; sin embargo, no se trata de una obra completa, de una colección que amalgame el trabajo de duros meses (o años) de escritura y posterior publicación. Así son los parámetros para incluir o excluir a los autores en una antología, historias que se repiten y se seguirán repitiendo.
El proceso que seguimos para llegar a estas Historias de nunca acabar es muy fácil de explicar y entender en la teoría, pero extenuante y casi imposible cuando se lo lleva a cabo en la práctica. Al cabo de tres meses de intensa lectura y búsqueda de los trabajos editados de todos los autores, comunicación con ellos por teléfonos y correos electrónicos logramos reunir una colección inicial de diecisiete autores que habían aceptado participar en la antología y que cumplían con los mínimos requisitos necesarios. Un pequeño grupo de autores no pudo participar por distintos motivos: Carla Fonseca, por ejemplo, declinó la invitación por motivos personales, o Jesús Vargas Garita, a quien fue imposible localizar, y algunos otros cuyo material no consideramos adecuado para la antología.
Parte de la labor de lectura que nos impuso este proyecto incluyó la revisión de antologías de narrativa costarricense anteriores a la nuestra que nos pudieran brindar un marco de referencia a nivel histórico. Los primeros trabajos compilatorios los realizó Mario Sotela en 1927. Revisamos la Antología de Literatura Costarricense, de Abelardo Bonilla, publicada en 1961 y cuya primera parte reúne desde escritores que publicaron a finales en el siglo diecinueve, comenzando con Manuel Arguello Mora en 1899, hasta la generación del 40, con obras publicadas a mediados de los cincuenta, como las de Fabián Dobles y Joaquín Gutiérrez. En esta época también se publicaron las antologías El Cuento Costarricense, de Seymour Menton, y El Cuento en Costa Rica de Elizabeth Portuguez, ambos de 1964. Casi diez años después, en 1975, Alfonso Chase recopiló la colección que intituló Narrativa Contemporánea Costarricense, que incluía únicamente autores nacidos en el siglo XX, empezando por Max Jiménez y terminando con el mismo Chase, Gerardo César Hurtado y Édgar Trigueros.
En 1989, la Editorial de la Universidad de Costa Rica publicó una Serie Antológica que pretendía corregir y ahondar las antologías de narrativa corta anteriores y que incluía los siguientes textos: Antología del Relato Costarricense (1890 -1930) de Álvaro Quesada y Antología del Relato Costarricense (1930 – 1970) de Jézer González, que juntas cubrían los mismos periodos que las de Bonilla, Menton, Portuguez y Chase, con la necesaria perspectiva que brinda el paso del tiempo, incluyendo autores o excluyéndolos, según la importancia e interés que habían ido cobrando con el tiempo. El tercer tomo de esta serie fue el ya mencionado Para no cansarlos con el cuento, Narrativa Costarricense Actual, publicado también el 1989 y compilado por lo entonces nóveles escritores Carlos Cortés, Rodrigo Soto y Vernor Muñoz. Su antología incluía autores con edades entre los 20 y los 40 años que habían publicado durante la década de los 80. Esta antología era inusual porque tomaba en cuenta autores recientes o en proceso de formación y cubría un periodo histórico casi inmediato, y en ese sentido era verdaderamente una revista del panorama literario actual de aquel momento, haciendo un aporte hasta entonces inexistente a la labor antológica en el campo de la narrativa corta.
Antologar autores recientes es un trabajo que corre siempre el albur de resultar poco representativo y prematuro, pero sorprendentemente, la antología Para no cansarlos con el cuento pintó un muy certero panorama de lo que vendría luego a ser conocido como la generación del desencanto y que incluyó a una lista muy importante de narradores que hoy son, sin duda, los preeminentes de Costa Rica. La lista de autores incluidos se lee en la actualidad como una lista parcial del canon costarricense de narrativa: Rafael Ángel Herra, Anacristina Rossi, Hugo Rivas, Jorge Mendez-Limbrick, José Ricardo Chaves, Dorelia Barahona, Vernor Muñoz, Rodrigo Soto, Uriel Quesada, Carlos Cortés. Como toda antología de actualidad, la de 1989 a pesar de su profética visión, no pudo incluir autores tardíos que en esa fecha aún no habían publicado, como son los casos de Alexánder Obando, Rodolfo Arias, Fernando Contreras, Adriano Corrales, Magda Zavala, Iván Molina, y tendrá necesariamente que ser complementada con antologías retrospectivas como lo hicieran en su momento González y Quesada con las generaciones de entre el siglo diecinueve y los años setenta del siglo veinte.
Esta revisión expuso dos puntos débiles de la antología que nos proponíamos. El primero, por supuesto, era que su actualidad excluiría a cualquier autor tardío que publicara su primera obra después de la presentación de nuestra colección y ese problema, por insuperable, queda irresoluto. El otro era que había un grupo de excelentes narradores que estaban atrapados entre la época de delimitación de Para no cansarlos con el cuento (autores nacidos entre 1943 y 1963) y la época de delimitación de nuestra antología (autores nacidos entre 1968 y 1988). Siendo que el criterio de la edad era menos importante que nuestro afán por dar un panorama continuo de la narrativa contemporánea, decidimos extender la edad máxima para incluir autores nacidos a partir de 1964. Este cambio nos permitió incluir en el listado nuevos nombres de excelentes escritores como Alí Víquez, Heriberto Rodríguez, Mauricio Ventanas y Alfonso Chacón.
Terminamos, entonces, con una lista final de veintitres narradores que abarcan fechas de nacimiento de entre 1966 a 1986 y con obras publicadas en la última década del siglo veinte o la primera del siglo veintiuno. Vemos esta labor como continuación de la antología de narrativa actual publicada por Soto, Cortés y Muñoz y esperamos que este trabajo sea retomado a futuro por los narradores que vendrán y de ese modo continuar contribuyendo a la memoria colectiva de la narrativa costarricense.
No quisiéramos acabar el recorrido histórico de las compilaciones representativas de la narrativa costarricense sin mencionar el aporte correctivo importante que tuvieron dos antologías enfocadas específicamente en la labor de las narradoras y que corregían un desbalance histórico de la atención que se le da a los escritores hombres en comparación con las escritoras mujeres. En 1993 se publicó Relatos de Mujeres, compilado por Linda Berrón y en el 2006, Narradoras Costarricenses, Antología de Cuentos, recopilada por Willy O. Muñoz, con un total combinado de más de 30 narradoras.
Finalmente vale la pena mencionar las antologías temáticas de cuento de la Editorial Lumbre y de la Editorial Andrómeda, así como la más reciente antología de obra narrativa costarricense en el extranjero: Cuentos del paraíso desconocido, compilada por José Manuel García Gil, publicada en Cádiz, España en el 2008.
Sucedió, entonces, que teníamos una lista preliminar de autores de quienes conseguimos y leímos prácticamente toda la obra de narrativa publicada, además de los aportes inéditos que los autores mismos iban haciendo cuando los contactábamos con la idea de su participación en Historias de nunca acabar. Estas lecturas nos facilitan un panorama amplio de la narrativa actual en Costa Rica, que aunque no nos convierte en expertos, por lo menos nos autoriza a emitir algunas observaciones generales sobre el corpus combinado de estas obras.
El estado del arte, en lo que se refiere a los medios a disposición de los autores más jóvenes para publicar sus novelas y colecciones de cuento, no es sustancialmente distinto al de hace 20 años. La Editorial Costa Rica (ECR) continúa siendo el bastión más importante para la publicación de autores jóvenes, muchas veces respaldados por el Premio Joven Creación de esta casa y en otras por los Premios de Novela o Cuento o por la simple publicación en su catálogo.
La Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (EUNED), principalmente, y la Editorial de la Universidad de Costa Rica (EUCR) junto con la Editorial de la Universidad Nacional (EUNA), en menor grado, han también publicado obras de autores jóvenes e inéditos con una producción combinada similar a la de la Editorial Costa Rica. En proporción similar a las publicaciones realizadas por editoriales estatales está la tendencia a la publicación en editoriales privadas de menor tamaño, sea por medios propios o por financiación de la editorial misma; en esta modalidad, destaca el catálogo de Ediciones Perro Azul -en el cual figuran obras de muchos de los antologados-, así como otras en las cuales se han producido una o dos publicaciones, como Editorial Cultural Cartaginesa, Tecnociencia, Uruk o Lulu.com. El punto débil del proceso editorial no es, como se puede ver, la producción misma de la obra publicada, sino, como siempre ha sucedido en nuestro país, la distribución, mercadeo y difusión del libro ya producido. De algún modo, no existe en la industria editorial costarricense aún la cultura comercial de buscarle salida al producto literario, lo cual limita dramáticamente la difusión y lectura de las obras, reduciendo paulatinamente las expectativas del mercado en cuanto al producto y consecuentemente haciendo necesarios tirajes de cada vez menos ejemplares. Este fenómeno ha también repercutido, paradójicamente de manera favorable, en nuestra opinión, en una carencia de directrices comerciales como las que constriñen a los mercados editoriales más fuertes, que limiten u orienten el proceso creativo hacia determinados cauces, algo que resulta evidente en la multiplicidad de enfoques que existe entre las obras de los antologados.
Este vacio de influencias y expectativas ha entonces propiciado muy distintos acercamientos al proceso creativo, lo cual pone en dramático entredicho el concepto de literatura nacional que parecería informar una antología como la que aquí se presenta. Las obras de los autores incluidos carece de rasgos unificadores que permitan agrupar su conjunto formal o temáticamente, de modo que el calificativo ‘costarricense’ que utilizamos en la portada termina siendo tan arbitrario como cualquier otro de los que nos valimos para escoger los cuentos aquí reunidos, siendo que costarricense es simplemente la nacionalidad de los autores y no una característica de los textos. El imaginario mismo de los escritores se expande en estas generaciones más allá de los límites inmediatos de la patria y el locus de las narraciones se traslada al exterior, sea reflejando un desplazamiento entre periferia y metrópoli, o simplemente ubicando la narración en sitios urbanos no determinados y rehusando localizar físicamente la acción en sitios reconocibles del territorio nacional. Investidos de la ubicuidad que aporta la cultura global, la televisión satelital, el Internet y la proliferación de productos comerciales o intelectuales provenientes de otros sitios de la aldea global, la narraciones renuncian a habitar Costa Rica y se desplazan, en la mayoría de los casos, hacia afuera de las fronteras nacionales, o hacia el interior del individuo, lejos de lo inmediato del espacio geográfico.
Los narradores y protagonistas de estas historias, que habitan ahora un espacio liberado, son, en su gran mayoría, muchachos o adultos jóvenes, como se puede esperar de escritores para quienes la madurez y la vejez son tan opacas como el futuro, y las narraciones se desenvuelven casi uniformemente en el territorio del presente y de su realidad etaria.
Tenemos entonces que si espacialmente los límites se expanden o desvanecen, la edad de los autores repercute en las narraciones, circunscribiéndolas a la inmediatez temporal, desenvolviéndolas en la época actual, evitando la reinterpretación histórica -que es una tendencia reconocida de las literaturas contemporáneas centroamericanas-, y limitando el uso de la regresión temporal a algunas pocas historias de niñez, como son el caso de Caravana de Luis Chaves, La ruta de los bárbaros de José Rojas Alfaro o Si mataran los juegos, de Marco Castro Rodríguez.
La voz de estos protagonistas o narradores jóvenes es, también, joven, plagada de la angustia de la proximidad de la adultez; marcada por la -en ocasiones- devastadora intrusión de la sexualidad (como en los relatos de Mario León, Laura Fuentes, Catalina Murillo), la procreación (Alí Víquez), la mortalidad (Guillermo Barquero) o el amor (Jessica Clark) en el recinto de lo cotidiano, o bien empapada de una furia sorda contra un mundo contrahecho que se hereda ineludiblemente de los mayores (Carlos Alvarado). Esa angustia y temor, que a su vez alimentan rencores ineluctables, se traducen en tonos narrativos sarcásticos o irónicos, llenos a veces de extrañamiento, humor negro y sátira, como en el caso de Laura Fuentes, Mauricio Ventanas o Carlos Alvarado; o patéticos y melancólicos, como sucede con David Eduarte, Johann Schoenfeld o Manuel Marín. Los temas directos o metafóricos de estas obras son en general acordes con esos sentimientos subyacentes y hablan de desplazamiento (Alí Víquez, Alfonso Chacón, Albán Mora), de exclusión (David Eduarte, Johann Schoenfeld), sea del mundo adulto, de la humanidad misma (Warren Ulloa, Alfonso Chacón) o del reino invulnerable de la niñez (Randall Roque), de la confrontación con la crudeza de la realidad, que a veces requiere una respuesta o postura igualmente cruda de los protagonistas, como sucede en Las tres divinas personas de Luis Chaves, La musa de Antonio Chamu o Fuera de rango de Alfonso Chacón.
Ante la carencia de requerimientos comerciales o influencias culturales, es de esperar que el tratamiento de los temas no sea uniforme, y quizá en eso radique la verdadera riqueza de la colección. Los textos recurren al realismo y el comentario social, como en los casos de Carlos Alvarado y Catalina Murillo, al guiño del humor autorreferencial, paródico o intertextual de tintes postmodernos como en Juan Murillo o Gustavo Adolfo Cháves, al género del horror o gótico, como en Antonio Chamu, Laura Quijano o Alfonso Chacón, o al desenfadado surrealismo de Randall Roque. Al final, los autores abarcan una sorprendente amplitud de registros que asemejan de algún modo una explosión en un vacío cultural que se expande en todas las direcciones posibles y en completa libertad.
Si hay algo común entre estos autores contemporáneos, es la propuesta narrativa de ficción desde la vivencia, la nostalgia o la imaginación, sin recurrir al discurso político o a la violencia gratuita, tan común en las letras de otros países centroamericanos; la historia ha sido otra, y eso queda irremisiblemente plasmado en las literaturas de los países. Esto no debe confundirse con abulia social: los cuentos cortos de Laura Fuentes y David Eduarte están para demostrar que la denuncia se puede hacer desde la rabia o la misantropía, o, como en el caso de Warren Ulloa, desde la visión del absurdo cinismo de unos pocos manipuladores. Carlos Alvarado, por su parte, recrea con ironización el mito de la Costa Rica del costumbrismo feliz, trastocado con dosis de realidad contemporánea. Sin embargo, queda claro que la imaginación y ese espíritu de fuga (dejando fronteras o apelando más bien a la introspección) son los que guían (o extravían, que es más saludable) a los escritores acá incluidos.
Avezados unos, sin tanta experiencia otros, el conjunto variopinto de estos narradores actuales costarricenses no nos permite caer –por fortuna- en la categorización absoluta a partir de sus temáticas o de sus abordajes creativos: acá solamente está la representación de varias generaciones cercanas que crean en este momento histórico de nuestra narrativa y que demuestran que en la prosa corta de ficción se viven momentos de proliferación con calidad más que visible y –por qué no- una época que marcará el trabajo en este género por los años a seguir.
Historias de nunca acabar, sin proponérnoslo al inicio, pero sabiendo ahora que es perfectamente posible y hasta deseable, se convertirá en uno de esos postes que unen los cableados de varias épocas de la literatura nacional, en cuanto a escritura de cuentos se refiere y a su subsecuente agrupación, que es también visibilización, encuentro y un darse cuenta de que algo pasa en un sitio determinado, en la época en la que nos toca escribir, y que ese algo no tiene nombres rimbombantes ni precisa de grandes juegos pirotécnicos (en una época dominada por la parafernalia de lo que está afuera de los autores, no dentro de ellos), solo de un sitio en el que han venido felizmente a encontrarse y a esperar ser leídos.
Alguien más, en algún momento futuro, tal y como nosotros conseguimos realizar con esta antología, y como otros en el pasado han hecho, se enfrascará en la dura tarea de estudiar, leer, convocar y agrupar, en un conjunto inteligible y palpable, lo que se haga en el cuento costarricense de otra época. Esto no se acaba con este volumen. La materia prima para las historias se seguirá mostrando inagotable.
Guillermo Barquero y Juan Murillo
Setiembre 2008
5 Comments:
Qué mala onda con la Editorial Costa Rica... que oportuno leer el texto completo
Saludos!!!!
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Falta amucha informacion en este articulo. No se documentaron bien...me parece.
Cualquier aporte se agradece si ayuda a mejorar, contános que viste que está faltando.
Claro, Linda, todo lo que sirva para enriquecer este texto es bienvenido. Gracias.
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