Realismo Superficial y la nueva novela hispanoamericana



Artículo sobre algunas características convergentes de las novelas de los nuevos autores hispanoamericanos.


El Oso y el Madroño, símbolos heráldicos de Madrid. La foto es navegable, hacer click en flechas para darse una vuelta por la puerta del Sol.

Realismo Superficial y la nueva novela hispanoamericana
Juan Murillo

Hace un par de semanas me vi, por motivos de negocios, impelido a viajar a España. Viajar siempre es una oportunidad para comprar libros que en Costa Rica es imposible conseguir, de modo que extendí el viaje por un día y me hospedé a un par de cuadras de la Puerta del Sol para hacer, durante un domingo y a alta velocidad, el circuito de librerías aledañas: Corte Inglés, Casa de Libro Gran Vía, Casa del Libro Maestro Victoria, la Antonio Machado del Circulo de Bellas Artes y Dedalus, de libros usados y raros, detrás del Circulo, donde conseguí libros que no había en ninguna otra parte. El botín fue, por decirlo de algún modo, desbordante; baste con decir que hizo falta una maleta extra para los libros. Conseguí muchos libros que hasta ahora no había podido encontrar: Río Fugitivo de Paz Soldán, La muerte de un instalador de Enrigue, La velocidad de los jardines de Tizón, El vano ayer de Isaac Rosa, Guapa de Cara de Rafael Reig; así como algunas maravillas que no sabía que existían: Obras completas de Onetti en pasta dura, Sesenta relatos de Buzatti. En la escamoteada encontré dos libros de compatriotas costarricenses, Gina de Rodrigo Soto, editado por Periférica y Cruz de Olvido de Carlos Cortés, editado por 27 letras, rozando portadas con otro libro de un autor que se llama, inevitablemente, Carles Cortés.

Mi principal interés era, sin embargo, comprar algunas novelas recientes, por autores noveles que recién aparecían o que tenían un par de años de existir y yo no había podido leer, entre ellas los autores jóvenes premiados por el ultimo Herralde (Tryno Maldonado e Iván Thays), la obra de Alejandro Zambra y la novela Nocilla Dream de Fernández Mallo que había despertado mucha atención cuando apareció en el 2006. Terminado con el orgiástico maratón de compra de libros, tome estos últimos y me fui a la Cava de San Miguel en Cuchilleros y me introduje en una cueva de ladrillo que alguna vez hizo de hostal a los vendedores de la Plaza Mayor y ahora era una súper rústica trampa para turistas, silenciosa, fría y milagrosamente vacía. Ahí sentado frente al inevitable tinto y platos de boquerones y lomo embuchado me leí Nocilla Dream y Bonsái de Zambra.


No suelo leerme libros de una sentada, simplemente no soy un lector rápido, pero estos dos libros, el primero de 200 páginas y el segundo de 100, se leen rapidísimo. Durante el resto del viaje leí Temporada de caza para el león negro de Tryno Maldonado y Un lugar llamado Oreja de Perro de Iván Thays, en ratos libres en el hotel o en el aeropuerto. El de Maldonado se lee aún más rápido que los primeros, el de Thays, más largo y levemente más denso, también se lee fluidamente.

Las cuatro novelas comparten rasgos inequívocos de lo Zambra con una candidez preventiva llama “esas novelas de cuarenta páginas, de párrafos cortos, que están de moda”[Bonsái, p. 64]. Son, de más está decirlo, novelas muy diferentes. Tiene temáticas distintas, personajes y localidades distantes y el tono narrativo tampoco concuerda. Pero lo que nos interesa son los puntos en los que convergen, puntos que parecieran confirmar esa idea de Zambra de que hay un tipo de novela que está de moda o, por lo menos, un cierto estilo en el que parecen coincidir algunos autores jóvenes de nacionalidades diferentes.

En el caso de estas novelas en todas se encuentran por lo menos algunas de las siguientes características: Capítulos cortos (de menos de una página en el caso de Maldonado y Fernández Mallo a cinco o diez páginas en el caso de Zambra y Thays), párrafos cortos (en el caso de Thays el rasgo más evidente del estilo son los párrafos compuestos por una frase simple), la aversión por la adjetivación o adverbiación o complejidad de la frase, la puntuación sencilla y proliferación del punto y aparte. En cuanto a la forma de narrar se nota una predilección por la anécdota por encima del entramado complejo (la novela de Maldonado, por ejemplo, es un compendio de anécdotas) y supresión de detalles u observación y comentario autoral. Estas novelas también comparten una fragmentariedad, que se desprende, alternativamente, de su estructura capitular o del carácter anecdótico de la narración y en los que se adivina una búsqueda de profundidad a través de la yuxtaposición de los fragmentos, una especie de comentario por proximidad y no ya por la expansión, desmenuzamiento o investigación, por el autor, de las ramificaciones de la historia y los personajes. Hay una renuencia a especular, a comentar, a preguntarse el por qué, las causas profundas, las consecuencias posibles de lo que se cuenta. Esta tarea, presumiblemente, le queda al lector, pero no siempre se aporta suficiente material para que el lector la pueda completar satisfactoriamente.

Este tipo de narrativa va en una dirección opuesta tanto del realismo decimonónico que pretendía fingir un conocimiento completo de la historia, de los personajes, de sus mentes y destinos, así como del modernismo experimentador en el que la exploración formal y la distensión de los límites de lo que se podía considerar narrativa formaba parte integral del proceso de reconstrucción del orden que en medio del caos circundante el escritor debía llevar a cabo.


Estas nuevas novelas se limitan a la superficie de la historia, una superficie brillante compuesta de una narración simple y fácil de transitar. Las profundidades de donde se puede extraer significado no son negadas por los autores, pero se rehúsan en mayor o menor grado a exponerlo o explicarlo, o siquiera a indicar abiertamente que puede haber una exégesis o interpretación de lo narrado. Sabemos que el significado esta ahí, en la anécdota del león negro en la novela de Maldonado, en la estructura autorreferencial del Bonsái de Zambra, en la simbología de los perros de Thays, en el álamo lleno de zapatos de Fernández Mallo, pero los autores dejan sus novelas cerradas, nos describen lo que podríamos ver con nuestros propios ojos, la superficie de las historias, sus partes evidentes No buscan o siguen uniformemente un patrón estilístico, sino una idea general, un principio rector, de que al autor no le corresponde la dilucidación de lo que cuenta. De ese realismo superficial, que es un estado mental, más que un estilo, nacen estas obras.

El hecho de que hayan centros simbólicos de significación en todas las novelas dice mucho del acto voluntario de mantenerse en la superficie. Es una decisión del autor contar la historia de manera superficial, porque existiendo esos centros simbólicos es fácil imaginar que el autor hubiese podido desarrollar y adentrarse en la interpretación o exposición de motivos, pero decide no hacerlo.

De buenas a primeras, las características descritas, parecerían apuntar a un minimalismo que a su vez trae a colación el realismo sucio de Carver, Ford, Wolff o Beattie. Pero en el caso del minimalismo de los ochenta en Estados Unidos, los personajes sin dirección tradicionalmente se veían envueltos en acciones que verdaderamente, sin ser absurdas, carecían de significado. En el caso de estos jóvenes autores en castellano el significado existe, subyacente, bajo la superficie que ellos se rehúsan a romper, presas de un atavismo producto quizá de los excesos de sus mayores o de la desconfianza que les produce la idea de que el hombre sea capaz de entender lo que le sucede y lo que lo mueve a actuar.

No hay duda que estas novelas algo tienen de minimalistas, en antípodas con novelas que se han llamado maximalistas como las de la generación del realismo histérico o los postmodernistas norteamericanos entre las que se cuentan la obra completa de David Foster Wallace, White Teeth de Zadie Smith o Mason Dixon de Pynchon, en las que se abunda en detalles, datos, explicaciones y elucubraciones de todo tipo sobre las posibles causas, fuentes, consecuencias y repercusiones de las acciones de los personajes y el funcionamiento del mundo.

La fragmentariedad de las historias, por otra parte, es un estilo ya reconocido que ha transitado del experimentalismo modernista al mainstream por vía de lo que se conoce ahora como la novela de historias interconectadas, entre las cuales en español tenemos a Ray Loriga con El hombre que inventó Manhattan, o las novelas corales maximalistas de Bolaño como Los Detectives Salvajes, por ejemplo, y en inglés, La historia del Mundo en 10 ½ capítulos de Julian Barnes y toda la obra de David Mitchell, con precursores como El Atlas de Vollman o en francés, Perec, con Vida, Manual de usuario, el cual Zambra ya ha citado como influencia. En Costa Rica, por supuesto, tenemos El más violento paraíso de Obando, publicada en el 2001. En el cine, los libretos de Arriaga (Babel y Amores perros) son otro ejemplo del uso de la técnica, que por otra parte, ya había usado Tarantino en Pulp Fiction. La regresión en busca de antecedentes probablemente nos lleve a los albores de la literatura, pero el punto es que la naturaleza de la novela de historias interconectadas no es nueva y en eso no radica lo esencial del realismo superficial.


Otro rasgo que demuestra el nivel de control o deliberación de la estructura y estilo de las narraciones es el intento expreso de acondicionar al lector (o agente, editor o jurado) por medio de comentarios autoriales autorreferenciales que comentan de algún modo la obra. Ya citamos arriba el caso de Zambra en el que parece estar hablando de su propia novela en un tono que linda con lo denostativo, como si quisiera adelantarse a una posible crítica haciéndonos saber que esta consciente de ella y aún así decidió proseguir con el proyecto. Thays en cambio hace gala de un narrador frívolo pero hiperconsciente de sí mismo que constantemente se critica o critica lo que dice, llegando en algunos lugares a calificar lo que acaba de decir como un lugar común, algo que el lector esperaría del autor pero no necesariamente de su narrador protagonista. Fernández Mallo es quizá menos elegante en Nocilla Dream cuando incluye un capítulo completo de citas de críticas ficticias en las que califica la obra (cual otra sino a ella misma) de “primer artefacto propiamente del Siglo 21 escrito en lengua española”, “nuevo icono de la cultura Indie” y finalmente afirma: “De repente todas las novelas han envejecido 50 años. No podremos volver a mirar atrás de la misma manera después de leerla”[Nocilla Dream, p. 204,205]. Esto tampoco es algo nuevo en literatura (ya Arturo Belano se había batido en duelo con un crítico adverso a su obra), pero es sintomático de proyectos que se preocupan quizá de la superficie del producto más que del significado; de lo que se pueda opinar del libro, más que de lo que se pueda opinar sobre las ideas que subyacen al libro. De las cuatro novelas, la de Maldonado es la única completamente hermética en la que no se pueden percibir comentarios acondicionantes de la lectura por el autor.

Esto nos lleva al punto final que resulta aparente en éstas novelas: el afán cosmopolita. En Bonsái de Zambra, Madrid aparece directamente como escenario de la acción que inicia en Chile, a donde los personajes van emigrando paulatinamente. Zambra en una decisión que cuyos objetivos parecen bastantes transparentes hace pensar a uno de sus personajes que “en adelante follaría, como los españoles, ya no haría el amor con nadie, ya no tiraría o se metería con alguien, y mucho menos culearia o culiaria. (…) Preferiría que folláramos, como en España.”[Bonsái, p. 15]. Pero este pensamiento de su personaje sale del vacío inexplicado y luego, por supuesto, cuando Zambra quiere hablar de sexo dice follar, ya con toda naturalidad. Cerca del final de la novela el protagonista tiene un sueño en el que los tres personajes principales se ven rodeados por un oso morado. El oso, dentro de la novela, es completamente inexplicable, a menos que se trate del oso y el madroño del escudo heráldico de Madrid del cual incluimos una foto arriba, visto que ahí es donde terminan dos de los tres, o quizá los tres. En Temporada de caza para el león negro, el destino lleva al personaje central de Mexico a Barcelona en donde acaba la historia. Nocilla Dream, finalmente, es un caso aparte. Nocilla Dream es la consecuencia del acercamiento virtual de territorios en lo que Vicente Luis Mora, un teórico cercano al grupo Nocilla, ha denominado Pangea. Nocilla Dream sucede en muchas partes del globo terráqueo y otras que incluyen naciones imaginarias y el futuro. En ella vemos quizá es esfuerzo más cosmopolita de todos, en un intento de abarcar no solo varias naciones sino incluso algunas que no existen o que representan las fronteras mismas. El ser todo para todos en todos los lugares no es un asunto sencillo ¿Cómo evitar que los personajes norteamericanos o chinos hablen como españoles? ¿Cómo evitar errar las traducciones o nombres de productos en idiomas que uno no maneja demasiado bien? El caso más evidente de las limitaciones implícitas en el intento de utilizar símbolos que sean exportables a toda cultura es el producto que da título a la obra. Nocilla en España es una pasta hecha de cacao y nueces que se unta en el pan, popular con los niños. En otros países, sin embargo, el producto se llama Nutella, Nucita, Nutino, Nulacta, Nucy, Nugatti, etc. De modo que Nocilla Dream, un matrimonio incómodo entre un producto español y una palabra en inglés, resulta más que un título de alcance global, uno de carácter hiperespecífico. Pero independientemente de las dificultades y adecuación de las técnicas para lograr ese afán cosmopolita, lo que interesa aquí es el empuje, en el caso de los autores latinoamericanos hacia lo que ven como la metrópoli desde su periferia (valga aquí decir que España es una metrópoli literaria, pero no necesariamente cultural para America Latina) mientras que Fernández Mallo, el español, vuelve sus ojos hacia los Estados Unidos en un gesto no muy distinto de sus colegas latinos.


Se hace inevitable entonces preguntarse hasta que punto influirán los mercados literarios en la producción novelística de estos autores y otros como ellos, vista la recepción que estás novelas han tenido. Anagrama le da el espaldarazo a Thays y Maldonado en el último Herralde, indicando que sus jurados piensan que ahí hay una veta que vale la pena explotar. Nocilla Dream tuvo una recepción apoteósica en España, donde la crítica, obviando sus muchos defectos, la ha elevado a un punto quizá por encima del que debería ocupar con justicia. Zambra es, sin duda, por encima de Fuguet y otros, el escritor joven chileno de más renombre en la actualidad, habiendo publicado ambos libros con Anagrama, quizá la editorial de más alto perfil en lo que los norteamericanos llama la “ficción literaria”, distinguiéndola de la meramente comercial o de genero.

Un artículo reciente de The Atlantic afirmaba que los buscadores y los blogs estaban modificando las costumbres de lectura y los rangos de atención de los lectores que pasamos el día conectados. Esperamos poder pasar de un tema al otro en un par de párrafos, no tenemos paciencia con las parrafadas largas ni con la sintaxis compleja. Devolviendonos en la cadena de producción de conocimiento (datos > información > conocimiento > sabiduría), optamos por la lectura de datos que no logramos procesar con el mínimo rigor en una especie de frenesí deglutidor de Doritos informativos. El artículo de The Atlantic postulaba la idea de que los modos de pensamiento profundo están ligados al ejercicio de la escritura y lecturas profundas, al desarrollo pausado, contundente y exhaustivo de las ideas y los senderos que partiendo de ellas se bifurcan y llevan a otras.

La literatura no tiene porque ser, necesariamente, un ejercicio filosófico o crítico riguroso, puede ser, ciertamente, superficial. El híbrido del realismo superficial es, sin embargo, una literatura superficial que quiere ser analizada y explicada y desmenuzada y en este sentido representa una reversión de los roles tradicionales del autor/lector en la que el autor se limita a contar la anécdota y le corresonde al lector el tratar de bucear la obra por el significado que subyace en ella. Más allá de un lector activo (o macho, según el desafortunado término de Cortázar) lo que se requiere entonces es un lector-escritor, uno que asuma la labor de terminar la historia, de armar con los fragmentos o esqueletos que aportan los autores la novela que en realidad debió ser. Como el bonsái de Zambra, un árbol que parece natural pero que es producto de un proceso minucioso de mutilación, corte con estilete y atadura de alambre o el monumento a Borges, brillante por fuera pero vacío por dentro, que aparece en Nocilla Dream, tenemos aquí objetos altamente artificiales, constituidos de apariencias y de significado dudoso y nos toca ahora a nosotros decidir que significan realmente y asignarles un valor ético y estético, más allá de sus brillantes superficies.





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