Gustavo A. Chaves sobre En contra de los aviones



Este es el texto que materializa el comentario que hizo Gustavo A. Chaves sobre mi libro En contra de los aviones en la presentación del pasado 18 de agosto. Pasada la presentación, abusando de la amabilidad de Gustavo y haciendo gala de la falta de vergüenza que me caracteriza en todo lo que no involucre decirle cosas a un micrófono, le pedí que lo escribiera para ponerlo en este blog. Aquí lo cuelgo con orgullo y doblemente agradecido. 

En contra de Juan Murillo



"Buenas noches.

Cuando Juan me pidió que presentara su libro, se me ocurrió que lo más justo que podría hacer era escribirle a todos los autores a los que Juan, como crítico, ha reseñado de manera negativa y, con las quejas que recibiera de vuelta, hacer una especie de reivindicación de esos autores que se han visto acribillados por la pluma de Juan, ahora que Juan vuelve a publicar cuentos y se ha convertido en un blanco fácil. Así que esto que les voy a leer lleva por título “En contra de Juan Murillo”.

(Esa fue una broma fácil para romper el hielo con la audiencia; mi manera de dar las gracias y reconocer su presencia. En realidad yo no leí nada esa noche. Había empezado esa tarde a redactar lo que iba a decir luego en la presentación del libro de Juan, y de pronto recordé lo que me cuesta seguirle el hilo a la gente que lee en público. La elocuencia de la frase mil veces revisada casi nunca le llega bien a la gente cuando uno está más preocupado por no saltarse una línea del documento que por mirar directamente las caras que nos siguen y reconocer en sus gestos el aburrimiento o el acuerdo con lo que uno dice (ejemplo: esta última oración). Es mi experiencia, nada más. Yo, igual que Nabokov, soy un niño cuando hablo; pero al menos soy un niño que trata de hacerse entender, no un adulto solipsista. Por eso y muchas cosas más, estas notas que el lector tiene en su pantalla son apenas el recuerdo de lo que dije aquella noche ayudado por una hojita amarilla, y la puesta en Calibri-punto-once de lo que quise decir respecto al nuevo libro de Juan Murillo, ahora que de todo aquello me separan muchos días.)

Esa noche de la presentación había empezado como un cuento de Juan Hernández: Me había quedado de ver con una chica en un café de Los Yoses. Todo el día me la pasé texteando, confirmando lugar y hora. Al final, nada. La chica no apareció. La velada tuvo entonces un vuelco guillermobarquereano: La chica estaba enferma. Una rara enfermedad estomacal que le echó a perder las últimas horas de esa tarde lluviosa; un acceso de perfidia biliar que ni el mismo doctor Semmelweis hubiese entendido y que ningún libro rojo ha explicado hasta la fecha. Mandé todo a la mierda, como un personaje de Warren Ulloa, y me fui a la presentación del libro de Juan bien portado, del brazo de A., que tiene hacia mí la paciencia y la distancia de una amante heribertorodrigueana. Por eso fue que al final de la velada salí huyendo, sin despedirme de nadie. Me escabullí y regresé a casa, donde A. y yo nos bebimos en silencio nuestra angustia y nuestros paisajes. Hoy pienso en todo aquello y quisiera ser Juan Murillo para tener los adjetivos y los símiles suficientes para explicarles lo que llevaba en mi alma esa noche. Espero que esta confesión no esté prohibida.

Todo esto para decir esto otro: a diferencia de aquella chica que no llegó, el cuento en Costa Rica goza de buena salud. No lo amarran ni el egocentrismo generalizado de la poesía, ni la gran ambición que tiene la novela por ser un lienzo de la realidad política, psicológica o cultural de nuestro Ser Histórico. El cuento no sufre la presión comercial de ser un éxito de ventas, ni tampoco las fuertes ansiedades de influencia oficialista (mientras los poetas pierden el tiempo insultando tribalmente a Laureano Albán, los cuentistas están en casa tomando aguadulce y galletas maría con Salazar Herrera. Debe ser por eso que se les ve tan alentados). Sobre todo, lo que más me satisface es que casi que no hay dos cuentistas que se parezcan en su trabajo (valga el indiscreto ejem-ejem, dirigido otra vez a los poetas).

Al cuento costarricense parece que lo patrocina el INS: Libre, Crezca, Fecundo. Y bueno, cuando uno está asegurado, vale la pena soltarse un poco la faja y tomar algunos riesgos. Debe ser de ahí que saca el cuento esa pinta actual de galán en convertible.

Parece una tontería decirlo, pero el riesgo que más frecuentemente se toma el cuento, y que lo hace sobresalir de entre los otros géneros, es el de no temerle a la imaginación. Porque es imaginación, sobre todo, lo que se necesita para salir de uno mismo y contar historias más envolventes y precisas, menos constreñidas por la propia personalidad y más enriquecidas por la propia sensibilidad e inteligencia. Después de tantos poemas sobre botellas vacías y novelas autobiográficas en las que los protagonistas son siempre escritores o la trama va de aquella-vez-que-fuimos-allá-y-tú-me-dijiste–que-no-me-amabas, hay que dar gracias cuando uno lee un cuento que no se parece tanto a la vida de los autores (que es la vida de todos, en este tiquísimo valle entre Alajuela y Cartago).  

Es la imaginación la que expande la realidad en cuentos como “La interpretación de los signos” y en el mismo “En contra de los aviones” que le da título al nuevo libro de Juan Murillo. De hecho, “En contra de los aviones” es, a mi juicio, uno de los cuentos mejor ejecutados de la ficción reciente del país. Es una mezcla de historia, especulación narrativa y drama, con un humor y una solvencia al mezclar los registros que me hizo pensar en el mejor Alessandro Baricco. En este cuento, Juan Murillo logra un equilibrio envidiable entre las acciones y pensamientos que narra y el lenguaje que utiliza. Por su parte, “La interpretación de los signos” es un cuento que logra esa tan perseguida quimera: hacer interesante una ciudad como San José. Es un cuento que, sin llegar a probar lo que propone, sugiere una realidad urbana mucho más compleja y excitante que la que se ofrece a simple vista. El narrador omnisciente es efectivísimo aquí a la hora de aportar la rapidez psicológica que necesita el cuento. Ambos son cuentos de una imaginación alegre, con grandes intuiciones, arriesgados y al mismo tiempo inteligentes. Además, son cuentos de entre catorce y veinte páginas—no es fácil mantener esa tensión verbal por tanto tiempo, y Juan Murillo lo logra con éxito.

“Pájaros negros” es un magnífico cuento-testimonio. A pesar de estar escrito en clave de leyenda (con personajes que se llaman Segua, Cadejos, Tule), lleva por dentro el retrato de una pérdida generacional profunda. Se puede leer como un homenaje al bajo fondo, pero más que nada hay una observación solidaria del descontento, la revisión de cierta edad vista sin idealismos y cada vez más hundida en la violencia y la enfermedad. La noche de la presentación dije que, en este cuento, Juan Murillo quizá había encontrado el tono para la novela que escribe actualmente sobre David Maradiaga. Tal vez, como me dijo Juan días después, sea imposible tocar una canción tan larga con tan pocas notas. Pero en “Pájaros negros” hay un germen vasto. Lean el cuento “Ríos que van al mar”, del primer libro de Juan, Algunos se hacían dioses, y podrán notar la ardua indagación que Juan ha emprendido para narrar cierta época reciente y las actitudes existenciales que hemos heredado de ella. A diferencia de otros relatos del libro como “La soledad de la batalla” o “Desde un lugar de parajes”, la cercanía del autor con la historia narrada no es obstáculo, en “Pájaros negros”, para que el lector se sienta cercano e involucrado de algún modo con lo que sucede en la página.

A propósito de estos últimos dos cuentos, los riesgos narrativos que se toma Juan Murillo tienden a menudo hacia la desproporción. Esta desproporción está íntimamente vinculada con la aparición de un narrador introspectivo que a menudo, como en “La soledad de la batalla”, puede terminar ahogando al lector lo mismo que al personaje. No era broma lo que escribí antes sobre los adjetivos y los símiles en Juan Murillo. De verdad pesan y dan la sensación de un artificio obvio, literario. Hay que reconocer, sin embargo, que a menudo Murillo acierta con los símiles: “La abuela dormía esa siesta que era como una batalla” (del cuento “El final del día”). Pero en otros cuentos, sobre todo en “Desde un lugar de parajes” se nota un paroxismo de adjetivos y vaguedades. El narrador nos madruga (en la línea diez) con esta letanía: “tus largas piernas blancas tersas” (moraleja: el acento predominante del español es el grave).  Luego el narrador disfraza un adjetivo y lo hace pasar como sustantivo, pero igual califica todo lo que existe: “oscuridades preñadas de posibles y tus piernas blancas y tus ojos negros” (por si se les había olvidado: las piernas son blancas). No faltan breves homenajes al truco más viejo del trascendentalismo: “los vagos aromas de la nostalgia” y “el vidrio astillado de su angustia” (“ficticios goces”, los llamaba Gombrowicz en un artículo que hace un tiempo puso a circular Juan Murillo contra los poetas).

Estos excesos no tienen que ver sólo con el estilo. De hecho, afectan la eficacia de los relatos y ocultan con niebla verbal la casi siempre precisa construcción dramática de los cuentos. El lenguaje de estos relatos termina convirtiéndose en una barrera entre el narrador y el lector, y dejan en el texto una capa oscura de improbabilidad. “La soledad de la batalla” es un cuento hermoso, pero el lenguaje que el niño de la historia utiliza para narrar su muerte por ahogo (y justificarla con un vuelvo estético en la última frase del relato), tendría más sentido si el cuento se llamara “Emil Cioran en Aquamanía”, tal es la desproporción entre la experiencia y los medios verbales para narrarla.

Hay una cierta indiferencia o soledad cósmica que rodea a los personajes de En contra de los aviones. Está muy claro en los relatos “El final del día” y “La soledad de la batalla”. Algunos personajes van acompañados, pero casi siempre respiran abandono. Estos no son ambientes fáciles de describir ni de entender. Juan Murillo ha asumido riesgos en estos cuentos y los resultados han sido diversos. Sin embargo, quiero insistir en que la salud de un buen relato depende en gran medida de los riesgos que asuma. En las distintas formas de la exuberancia y la imaginación es donde veo sus mayores logros, y en En contra de los aviones veo uno de los libros que mantendrá vigente el cuento en nuestro país por mucho rato.

Pues nada: ha hablado mi memoria. Gracias por haberme escuchado hace unos días, o por haberme leído hoy en este sitio."

3 Comments:

Germán Hernández said...

Nada más sabroso que el exquisito humor y agudeza de Gustavo A. Chavez.

Brillante reseña, rescata el espíritu de la velada del 18 de agosto, y nos receta muy oportunamente a todos muchas cosas a tener en cuenta.

Saludos!

Guillermo Barquero said...

Tavo prometió que se iba a enfrentar en duelo de espadas medievales al que escribiera su apellido con Z, así que, Germán, andá buscando la armadura.

Germán Hernández said...

Ups!